Nunca se ha podido crear un sistema nacional sostenible para el sector agrícola. Los problemas de ineficiencia, ignorancia y corrupción han sido severos, pero no explican por sí mismos el mal resultado. El alto riesgo y volatilidad de los mercados agrícolas, combinado con las diferencias que tienen con los créditos más “urbanos” (industria, inmobiliarios, vehiculares, personales) ha hecho difícil dar soluciones. La banca privada, por las mismas razones, tampoco ha podido desplegar todo su potencial en este sector.
La inseguridad de las cosechas, combinado con la voraz necesidad de crédito en un campo empobrecido donde hay pocos ahorros, crea las condiciones para un financiamiento artesanal y de mucho riesgo. Hay escasos registros, escaso acceso a historial de crédito o cumplimiento y poca transparencia en los precios. Los altos costos, la precariedad y el desincentivo a invertir son corolario natural de esta condición.
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