La mejor medida para la prosperidad de una sociedad es lo atractiva que es para otros el inmigrar a esta y, conversamente, la voluntad de sus miembros de emigrar para buscar mejor suerte. La mejor expresión de la opinión real de las personas sobre los lugares es su “voto con los pies”, el cual, al contrario de las opiniones expresadas o votadas, tiene un alto costo personal. Honduras, como bien sabemos, no califica muy bien en esta medición; pero no siempre ha sido así. Al estudiar esto, podemos aprender y tomar lecciones útiles para el futuro.
Tres de mis cuatro abuelos son inmigrantes, y sus años de llegada son instructivos: 1920, 1923 y 1924. Honduras no tenía mucha estabilidad política (este periodo está enmarcado entre las dos guerras civiles más feroces de nuestra historia, de 1919 y 1924), y los niveles culturales correspondían a una sociedad que mayoritariamente practicaba la agricultura para subsistir. Lo que ocurrió en las primeras décadas del siglo (1900-1930) fue el auge del rubro del banano, el cual desató una espiral de prosperidad (focalizada ciertamente) que trajo personas de todo el mundo a probar su suerte en Honduras.
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