El ferrocarril interoceánico y los sueños fallidos

Jose S. Azcona Bocock

Tengo en mi oficina una portada enmarcada y un artículo del “London Illustrated News” del 15 de enero de 1859. El tema era Honduras y el posible financiamiento para la construcción del Ferrocarril Interoceánico y las bondades del proyecto. El fracaso de este proyecto ha quedado consignado a la historia como un ejemplo de ignorancia, corrupción e ineficiencia, con poca relación aparente con nuestro presente o futuro.

En Honduras el ferrocarril no se concibió como un proyecto comercial viable, que se pudiese desarrollar gradualmente según la necesidad atendiendo las necesidades de la economía local (caso de los otros cuatro estados sucesores de la unión centroamericana). La idea era otra, competir con el Ferrocarril de Panamá (que fue habilitado en 1855) para atraer pasajeros o carga para transbordo entre los océanos Atlántico y Pacífico. Esa ruta era controlada por intereses de Estados Unidos, y se interesó en el proyecto la otra gran potencia en la región: el Reino Unido. 

Sin embargo, a diferencia del Ferrocarril de Panamá, que se dio en concesión y se completo en tiempo y forma, el interés británico no fue suficiente para arriesgar su propio capital, sino únicamente para financiarlo. Esto disminuyó el nivel de escrutinio para garantizar la factibilidad del proyecto. Adicionalmente, en 1869 (año en que finalmente comenzó la operación del primer tramo) se completó el Ferrocarril Transcontinental de Estados Unidos, eliminando el mayor mercado que hubiese podido haber para transbordo. La combinación de estos factores anulaba la viabilidad del proyecto. Esto sin contar la enorme rapacidad y crueldad con que los agentes financieros trataron nuestro interés, el cual nuestros representantes no protegieron por complicidad en el latrocinio o simple negligencia. 

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Al contrario de lo esperado, podemos derivar lecciones que fueron válidas en su momento y lo continuarán siendo en el futuro. En primer lugar, es la tentación de los proyectos o soluciones grandiosas. Es mucho más llamativa a la imaginación emprender o realizar una gran actividad o empresa que una pequeña. El efecto es mayor en los gobernantes, que quieren logros tangibles durante su gestión; y en algunos casos las oportunidades de poder enriquecerse de la oportunidad. Sin embargo, para un país pequeño los costos son altísimos. No fue sino hasta 1953 que logramos liberarnos de esta deuda, retardando el crecimiento de nuestra economía y capacidades de inversión propias durante muchas décadas. ¿No hubiese sido mucho mejor solo haber hecho el tramo del Valle de Sula por etapas y haber invertido todos los intereses en caminos y educación?

Además, vemos la falta de previsión y enamoramiento de nuestras propias visiones. En efecto, de haber existido el ferrocarril en la década de 1850 y ya estar pagado, hubiese sido un gran beneficio para el país. Derivar de esto la conclusión de que persistiría esta condición a largo plazo con todos los avances que vendrían en las comunicaciones no era realista. Sin embargo, el sueño triunfó y podemos ver que persistió a nivel nacional por mucho tiempo después. La muerte de este proyecto fue atribuida solo a la maldad de algunos actores y no al hecho de que era imposible hacerlo rentable.

Por ultimo, la mejor prueba de que un proyecto de inversión es factible es que quienes tienen más información y recursos inviertan en este. Si vemos los cuatro motores históricos de la actividad económica nacional (minería, banano, café y maquilas), estos no fueron desarrollados por inversión pública. Cuando el estado ha puesto sus recursos a disposición (CONADI, Banadesa) sin riesgo para terceros, los mismos han fracasado. Al no optar los ingleses por invertir en el proyecto y solo prestar dinero, nos estaban indicando que el mismo no era una buena inversión.

Estas son las tres lecciones del Ferrocarril Interoceánico: escepticismo respecto a soluciones masivas y grandes proyectos, aferramiento a visiones que pueden ser falsas u obsoletas, y cargar con el riesgo sin participación de otros. Nos entristece la memoria del sueño fallido, pero sus lecciones nos pueden ayudar a tomar control de nuestro futuro.

Versión Completa del publicado en Diario La Prensa 26 de octubre y 02 de noviembre 2020