Transición demográfica: educación y salud
Jose S. Azcona Bocock
El efecto de la transición demográfica lo podemos ver en una pirámide poblacional. Esta se constituye con la cantidad de personas (por género) agrupadas por edades, generalmente para claridad en grupos de 5 años (0-4, 5-9, etc.). A medida que la sociedad pasa de fase I a II, la pirámide se va volviendo amplia en la base (más niños), producto de sus mayores posibilidades de supervivencia.
Luego, al pasar a la fase III, la pirámide se comienza a estrechar en su base. La población infantil va disminuyendo, primero de forma relativa y luego de forma absoluta. Por ejemplo, en Honduras, la cohorte de 0-4, la de 5-9, y la de 10-14 años tienen cantidades similares; es decir, nuestra población infantil ya no está aumentando. Según un cálculo aproximado, el grupo más grande de niños es el nacido en el 2006, con una leve disminución cada año posterior. Esto se manifiesta de forma evidente en el fenómeno de la disminución de la matrícula escolar total. La población escolar total depende de la cantidad de niños y del índice de cobertura (de estos, qué porcentaje está estudiando). Al haberse logrado un alto índice de cobertura estable en el sector primario, cualquier variación en la cantidad de población se refleja en la matrícula; por ende, se espera que la disminución continúe progresivamente.
Para efectos de inversión y planificación del sistema educativo, este cambio tiene efectos enormes y crecientes. Al predecir que la población escolar comenzará a disminuir, el énfasis del sistema debe ser en invertir los recursos adicionales en mejorar la calidad del servicio. Esto puede ser en personal (disminuyendo la relación numérica de alumnos por maestro), mejorando la calidad de las instalaciones y reforzando los programas educativos.
Este efecto se ve principalmente en la educación primaria, donde la cobertura es bastante alta y a nivel medio todavía falta aumentar la extensión, y por tanto la cobertura (nuevos centros y ampliar aulas) es todavía una prioridad, especialmente en el área rural. Igualmente, en el área de la prebásica, donde estamos lejos de lograr una universalización del servicio. Lograr aumentar la cobertura en estos dos niveles se vuelve más sencillo con un crecimiento vegetativo menor.
Las variaciones regionales y locales que se presentan son importantes. Por ejemplo, hay zonas rurales que se están despoblando, especialmente producto de la migración a las ciudades. Igualmente, zonas céntricas de las ciudades tienen una disminución sustancial en la cantidad de niños en la escuela pública, producto de la pérdida del carácter residencial de la zona o del mayor poder adquisitivo de los residentes. Estas condiciones permiten la conversión de aulas o maestros al nivel prebásico. Un peligro es que, al ser las ciudades zonas más cómodas y accesibles, son apetecidas por el magisterio, resultando en plazas redundantes. Se necesita trasladar, y evitar nuevas contrataciones, en los centros que tienen este perfil.
Igualmente ocurre con la cobertura y el énfasis en la salud publica. Los logros que se han tenido en disminución de mortalidad infantil son considerables. Pasamos de una tasa de fallecimiento de 150 por mil nacidos vivos en 1960, a 16 por mil en el 2016. Comparativamente, tenemos el mismo indicador que logró Estados Unidos en 1975. Es decir, una niña hondureña que nace hoy tiene la misma probabilidad de vivir que su equivalente en Europa o Estados Unidos de mi generación.
Creo que para ver en qué enfocar el interés nacional en el futuro, debemos reconocer este gran avance. Este no es exclusivo a Honduras; es un fenómeno global. Pero el logro es de las madres y personal del sector salud nacionales. Estas son las mismas guerreras y guerreros que darán batalla a futuro para continuar salvando más bebés.
Este logro nos trae oportunidades y desafíos nuevos. El énfasis de las políticas de salud pública debe ir más allá de garantizar la supervivencia. Los efectos negativos de la mala alimentación, (que ahora tiende a manifestarse en obesidad infantil), vida sedentaria y falta de prevención, se deben volver más prevalentes.
Si bien se sentirá un efecto beneficioso en el acceso a servicios de salud y educación para la infancia, las presiones derivadas de una población joven continuarán volviéndose más críticas por un periodo prolongado. Luego estudiaremos los desafíos especiales que tendremos para atender a la adolescencia y juventud.
Versión Completa del publicado en Diario La Prensa 17 y 24 de agosto 2020