José Santos Guardiola
Jose S. Azcona Bocock
José Santos Guardiola, figura clave en la historia de Honduras en el siglo XIX, nació el 24 de noviembre de 1821 en Tegucigalpa y falleció el 11 de julio de 1862. Su biografía, detallada en el libro “Vida y hechos del General Santos Guardiola” de Esteban Guardiola (publicado en 1949) y reeditada por Colección Erandique, arroja luz sobre un hombre cuyo legado se forjó en tiempos de violencia civil y carencia generalizada de conocimientos.
Guardiola asumió la presidencia de Honduras en dos mandatos no consecutivos: de marzo a diciembre de 1856 y de febrero de 1857 a marzo de 1862. Nos queda el retrato de un hombre de gran energía y visión, pero atrapado por los dos grandes males de su tiempo: la violencia civil, y la falta de conocimientos generalizada.
La carrera militar (que era lo mismo que la política en ese tiempo) fue en el triste crepúsculo del periodo federal, cuando colapsaron los prometedores, pero inestables cimientos de una patria grande. Los conservadores (a los cuales era afín) pretendían consolidar los estados afianzando los poderes tradicionales. Con la represión de comunidades insurgentes como Texiguat (pueblo que peleaba por sus libertades), y siendo acólito de Ferrera, no nos auguraría ser un presidente progresista.
Sin embargo, durante su carrera se distinguió por un férreo deseo de evitar la colonización o partición de nuestro territorio por los extranjeros (británicos y estadounidenses), que buscaban hacer crecer su influencia. Contribuyó para evitar que los ingleses se apoderaran de la Isla del Tigre en 1845, y durante su presidencia apoyo enérgicamente la campaña contra el filibustero William Walker desde 1856 hasta su expulsión (con un ejército expedicionario comandado por Florencio Xatruch (origen del apelativo “catrachos”).
Guardiola también lideró la recuperación de Islas de la Bahía y la Mosquitia a través de un tratado en 1860. Sin embargo, este acto no estuvo exento de conflictos, ya que la tolerancia religiosa necesaria para la anuencia británica desafiaba las leyes existentes. A pesar de la oposición de la Iglesia y sectores conservadores, Guardiola se mantuvo firme, asegurando la posesión estable de los nuevos territorios.
La violación -o no anuencia a los términos- hubiese podido resultar en otra ocupación británica de los mismos (Estados Unidos, que era el balance, estaba comenzando su Guerra Civil, que la entretuvo por unos años), y esta pudo haber causado una situación similar a la de Belice, donde una concesión maderera se convirtió en una enorme colonia.
Su muerte en 1862 se produjo en un contexto político complejo. La Guerra de los Padres, la excomunión y las tensiones generadas por el tratado debilitaron su posición. Aunque advertido de las consecuencias, Guardiola defendió su resolución, garantizando la integridad territorial frente a una posible ocupación británica. Su fallecimiento, un magnicidio, fue un sacrificio en defensa de la nación.
Guardiola representó un avance en la construcción de la hondureñidad en comparación con figuras más regionales como Lindo o Ferrera. Aunque su historia incluye aspectos negativos, merece ser recordado por sus contribuciones. Su visión de una Honduras libre de la colonización extranjera y su esfuerzo por consolidar la nación destacan su papel en la historia centroamericana.
A pesar de las limitaciones de su tiempo, Guardiola dejó un legado significativo. Su labor internacional, la resistencia contra invasiones extranjeras y la defensa de los intereses nacionales contribuyeron a la consolidación de Honduras como una entidad soberana.