No existe duda de que el principal aspecto en determinar el progreso de una nación es su nivel educativo. Este nivel educativo lo podemos medir de dos formas: cuantitativo (cobertura, tasas de escolaridad, etc.) y cualitativo (resultados reales). Existe una tendencia oficial de enfocar los esfuerzos oficiales en atender las necesidades cuantitativas del problema: mas aulas, mas plazas de maestros, mas matricula. Estas, indudablemente, son valiosas contribuciones a la mejoría del sistema de educación, pero no constituyen una solución global.
Se puede observar, tristemente, que hay personas con tres años de escuela primaria completado que apenas pueden firmar, sumar o reconocer letras y otros que han terminado la primaria y no pueden leer una oración completa o multiplicar dos por dos. Ellos pasaron por el sistema educativo sin que este pasara por ellos, y no es porque carecen de inteligencia. Para ellos, una mayor cobertura ya fue una realidad, mas no sus frutos anhelados. Una educación deprovista de calidad engaña a todos: al estado, al futuro empleador, y más que todo al mismo alumno.
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