La convergencia de África

Jose S. Azcona Bocock

Una de las grandes historias de éxito de las últimas décadas, sorprendente considerando las narrativas racistas y atávicas, es el enorme progreso que está teniendo el África Subsahariana. Sus indicadores de crecimiento económico han sido sostenidos a un 3-4% anual, y con el descenso inicial de las tasas de fecundidad, se espera esto produzca un dividendo demográfico importante las próximas décadas.

El continente, a finales del siglo XX, no presagiaba un ciclo de progreso considerable.  Una colonización acelerada, seguida de una descolonización irresponsable, dejaron a estos países poco preparados para auto gobernarse (mucho más severa que la experiencia latinoamericana). El ciclo de violencia, despotismo, y atraso que siguió era el resultado natural.  Este fue agravado por la demanda de recursos naturales que promovió el autoritarismo y los enclaves económicos.   La guerra fría alimentaba los conflictos ya existentes, apertrechando las fuerzas militares y haciendo difícil la resolución orgánica de conflictos internos, y promoviendo dictaduras caudillistas afines a su patrono. Estados Unidos, Sudáfrica, Francia, Cuba, Arabia Saudita, y la Unión Soviética (entre otros) usaron el continente como espacio de acción política y militar, para sus propios intereses.

Las potencias de occidente han seguido viendo a África como un objeto de lastima, un problema migratorio (que lo seguirá siendo por algunas décadas), o una fuente de recursos naturales.  Esa imagen negativa tiene algún origen en la realidad, pero cada vez será más incompleta o falsa.

Con los avances de las comunicaciones y el comercio, se ha ido volviendo más fácil diseminar la información y obtener inversiones.  Si bien China ha sido un socio que se comporta como imperialista, su presencia en conjunto con la de las demás potencias (que dejaron de pelear una guerra ideológica) ha permitido el desarrollo de una economía más estable. La demanda de productos naturales del continente ha invitado a esta inversión, que aun de forma imperfecta se integra a las economías nacionales.

Los avances de educación y salud han permitido una mejor calidad de vida a la población, y le han permitido irse integrando al proceso de progreso.  Aunque hay muchas quejas de extranjeros racistas, que discriminan contra el local, se van desarrollando las capacidades de la población de integrarse a modos de producción más avanzados. Los números lo reflejan, ya que en la década de los 2010, la economía de esta región fue la de más alto crecimiento en el mundo durante varios periodos.

Poco a poco, con retrocesos, se va viendo el progreso en el área política.  Los dictadores vitalicios y partidos únicos han ido gradualmente evolucionando a formas más democráticas de gobierno.  Si bien el militarismo y las arbitrariedades de los gobiernos persisten, con el paso del tiempo estas se van volviendo menos aceptadas. La población generalmente esta insatisfecha con sus gobiernos y nivel de desarrollo, pero esta insatisfacción es motor de progreso.

Entonces, las ideas aceptadas de progreso social y económico sin igualmente validas en África que en el resto del mundo.  Produce admiración y respeto ver a estos pueblos construir su propio camino de desarrollo.  África, despectiva e injustamente, ha sido considerada como consuelo (“hay alguien peor”) o excusa para nuestra falta de progreso. La excusa no existe, y más bien lo que queda es una lección: regiones con muchas peores condiciones iniciales logran el progreso, por lo que también debe estar en nuestras manos.  Iniciar desde atrás es un desafío, pero también una oportunidad y un llamado a la acción.