Desde 1989, año en que se completó la represa La Concepción, no ha aumentado significativamente la dotación de agua potable para el Distrito Central. Entretanto, la población se ha más que duplicado, y la erosión de las cuencas hace que el llenado sea menos gradual y eficiente. Cada año que pasa el problema se vuelve peor y no se avanza con las posibles soluciones.
Las consecuencias de esta escasez son bastante perversas. A la mitad de la población no se le dota del servicio. Por tanto, puede llegar a pagar enormes cantidades de dinero (el costo del agua acarreada más el tiempo y esfuerzo de transportarla a su destino), muchísimo más que costaría llevarla por cañería. Esta agua además tiene un riesgo mucho mayor de ser insalubre, ya que el trasvase y acarreamiento expuesto promueven su contaminación.
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